En un remoto pueblo de la campiña filipina se respiraba un aire festivo. Hombres y mujeres vestidos con sus mejores galas, algunos con el pelo bien peinado, otros con los labios pintados, todos radiantes de expectación. Era el día de las elecciones, no las dictadas por el Estado reaccionario, sino las arraigadas en el gobierno colectivo del pueblo. En este bastión revolucionario, las propias masas elegirían a los dirigentes de su gobierno local, un testimonio del verdadero ejercicio de la democracia.
Durante años, la celebración de elecciones en las zonas guerrilleras se ha comparado con una fiesta de pueblo, no por los festines extravagantes, sino por el sentimiento de unidad y determinación de la gente. No se trata de una votación cualquiera, sino del fortalecimiento del poder político de las masas mediante la creación de un Consejo Revolucionario de Barrio (CRB). El CRB, un órgano de gobierno de base, encarna la capacidad de las masas para gobernar sus propios asuntos, marcando un paso significativo en la expansión del movimiento revolucionario.
En una región de Visayas, Ka Indo, un cuadro del Partido, recuerda la emoción del día de las elecciones. En el colegio electoral, una gran carpa instalada en un espacio abierto, había pizarras con los nombres de los candidatos para el recuento final de votos. Un proyector portátil mostraba los nombres de los candidatos en una pantalla a la vista de todos, una innovación bautizada como «elecciones informatizadas al estilo del NPA».
Los votantes procedían de diferentes sitios, la mayoría de ellos miembros de organizaciones de masas revolucionarias de campesinos, mujeres y jóvenes. Incluso los no miembros que apoyaban la revolución podían votar. El proceso fue sencillo pero metódico. Las masas nominaban a líderes comunitarios de confianza, asegurándose de que los elegidos tuvieran un historial de servicio probado. No hubo material de campaña ni avales pagados, sólo la confianza genuina de la gente. La votación fue secreta y cada sector -organizaciones revolucionarias, fuerzas intermedias y miembros del partido- tuvo la misma representación en el CRB. La edad mínima para votar se fijó en 15 años, lo que permitió a los jóvenes participar activamente en el gobierno.
A diferencia de las elecciones reaccionarias, plagadas de compra de votos, fraude e intimidación, las elecciones revolucionarias son alabadas por el pueblo como las más limpias y transparentes. «Lahat pwedeng magbantay, magmonitor sa panahon ng eleksyon pati na sa pagbibilang ng resulta (Todo el mundo puede observar y supervisar las elecciones y el recuento de votos)», afirmó Ka Indo. Sin protestas electorales, sin coacciones, sólo con una auténtica selección de líderes basada en el mérito y el servicio.
Los miembros del Nuevo Ejército del Pueblo (NPA) desempeñan un papel vital como facilitadores imparciales, en los que confían las masas para garantizar la equidad. Algunos votantes analfabetos o ancianos prefirieron incluso que miembros del NPA les ayudaran con sus papeletas en lugar de familiares, lo que pone de relieve la confianza de la gente en el ejército revolucionario.
La creación de Consejos Revolucionarios de Barrio en todo el país es un atisbo de futuro, un indicio de la incipiente República Democrática Popular de Filipinas. Las elecciones revolucionarias, arraigadas en la fuerza colectiva y la unidad del pueblo, sirven de marcado contraste con las encuestas corruptas y coercitivas del Estado reaccionario. De hecho, en estos recónditos rincones del campo, las semillas de la auténtica democracia están echando raíces, fortaleciéndose con cada ciclo electoral.